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Licorice pizza o la edad de la inocencia.

Puntuación 9/10  Vengo de ver Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson. Pizza de regaliz por lo visto es una manera de llamar a los discos de vinilo, algo que yo no sabía. Me ha gustado mucho, me parece que a pesar de  lo mucho que se habla de amor en el cine pocas veces se habla bien de lo que es el amor, a menudo un desatino de impulsos y falta de reciprocidades, una especie de orquesta asinfónica. Pero  tampoco solemos ver personajes con granos e imperfecciones. Y los protagonistas de Liquorice Pizza no cumplen con los estrictos cánones a los que tenemos la mirada acostumbrada. La película me conquistó de inmediato,  en parte por la banda sonora, abre con una canción de Nina Simone que no conocía (July Tree) , y eso ya es conseguir sorprenderme. Además, pese a que torcí el morro cuando vi que usaban Life on Mars en el anuncio de la peli, creo que es una de las pocas veces que se usa Life on Mars con mucho más sentido en su contexto social histórico que no colgándola cada vez que hay u

The French Dispatch o rien ne va plus


Puntuación 7/10


Vaya por delante que soy muy fan de Wes Anderson siendo mi favorita hasta la fecha The Royal Tennembaums y mi momento fan, encontrármelo en Victoria Station cuando yo con una gripe terrible tuve que ir a buscar a mi madre al Aeropuerto. Le saludé entre mocos fanática y enferma y él estresado mirando los horarios de trenes junto a una mujer y un niño, me saludo con una mueca incómoda. 

Sirva esto para justificar que cuando sale una película de Wes Anderson voy a verla como quien va a misa. Es decir sabiendo lo que esperar, con pocas expectativas, pero al tiempo dejando espacio para ser sorprendida.


The french dispatch es más francesa que Francia y más Wes Anderson que él mismo.

Responde también a un par de preguntas que yo me hacía: ¿sería también Wes Anderson si fuese en blanco y negro? ¿Es el mundo Wes Anderson extrapolable a otros medios como los dibujos animados? Sí.




La cuestión es que estamos ante un ejercicio de estilo tan absolutamente increíble que las historias, que en este caso son tres, casi desaparecen ante la potencia de lo visual. Y entonces viene la pregunta: «¿es eso un problema?» Y la respuesta la doy en gallego: «depende». A mi no me supone un problema, porque si pudiera el mundo seria un decorado de Wes Anderson. No necesito que me cuente nada en concreto, necesito un mundo, quizá naïf, en el que la estética sea absolutamente esencial. 

Con todos sus guiños a Goddard y la nouvelle vague, sus amistades y colaboraciones con la familia Coppola, y sus trajes de tweed se le podría considerar «un enfant pas terrible mais privilégié».

Podría ser el equivalente americano al último Trueba, pero sinceramente después de ver el trailer de su intento de hablar de la juventud, en Quién lo impide,  me quedo sin vacilar ni por un momento (pun intended) con Wes Anderson y su historia, Revisions to a Manifesto. 


The French dispatch es densa en actores clásicos y nuevos y cabe destacar entre estos últimos a la prometedora joven argelina, Lina Khoudri emulando, digo, homenajeando, a Anna Karina. Es densa en referencias, en un toldo de fondo se lee Les fleurs du mal, por ejemplo. Y Densa en los elementos a esperar. 

Se agradece el blanco y negro, se agradecen los desnudos (aunque echo en falta los masculinos). Benicio del Toro está muy bien, aunque le sobran varios gruñidos, que recuerdan a Fantastic Mr. Fox. Y es que en ocasiones casi parece una parodia visual del universo Wes Anderson. Nada de esto como digo, representa para mi un problema. Pero no puedo evitar imaginar lo que ocurriría si a semejante espectáculo artístico le añadiésemos algo de consistencia a la hora de contarnos además algo que no sepamos, es decir, como quien va a misa y agradece que el cura sea por una vez más humano y menos cura. 




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