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Licorice pizza o la edad de la inocencia.

Puntuación 9/10  Vengo de ver Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson. Pizza de regaliz por lo visto es una manera de llamar a los discos de vinilo, algo que yo no sabía. Me ha gustado mucho, me parece que a pesar de  lo mucho que se habla de amor en el cine pocas veces se habla bien de lo que es el amor, a menudo un desatino de impulsos y falta de reciprocidades, una especie de orquesta asinfónica. Pero  tampoco solemos ver personajes con granos e imperfecciones. Y los protagonistas de Liquorice Pizza no cumplen con los estrictos cánones a los que tenemos la mirada acostumbrada. La película me conquistó de inmediato,  en parte por la banda sonora, abre con una canción de Nina Simone que no conocía (July Tree) , y eso ya es conseguir sorprenderme. Además, pese a que torcí el morro cuando vi que usaban Life on Mars en el anuncio de la peli, creo que es una de las pocas veces que se usa Life on Mars con mucho más sentido en su contexto social histórico que no colgándola cada vez que hay u

El hombre que vendió su piel o una cosa no puede ser libre.


En mi nueva cruzada por ir al cine sola a menudo en esta nueva ciudad que no es Londres, ayer decidí ir al Film Theatre, lo que no hizo más que agravar mi nostalgia por el Southbank, por las que solía escaparme a algún evento que me recordaba siempre porque amaba las orillas del Támesis. 


Pero ahora estaba en Glasgow un gran edificio que parecía como venido a menos, o quizá sea yo que ya no distingo el brillo de las cosas, y que no sé si estará así por COVID o porque como dicen los lugareños todo el dinero va para Edimburgo. Con la edad he viajado lo suficiente como para saber que en casi todos los pueblos y ciudades existe el otro  enemigo, sobre el que vertir canciones, chistes, envidias, culpas y miserias. 


Pero dejemos mis reflexiones sobre mi inadaptación de la que ni siquiera la ciudad tiene culpa.

La película está basada en la obra de Wim Delvoye, Tim. “Tim” consiste en el tatuaje en la espalda de un hombre llamado Tim Steiner.



En la película para empezar, el tatuaje es mucho más interesante política y estéticamente. 

He leído una crítica del Guardian que la tacha de superficial. A mí en cambio me parece que la mirada sobre la película es superficial. Y es que pese a que en este caso habla del arte, para mí la reflexión o el debate o la crítica son contra el liberalismo y el privilegio de cosificar y ser cosificado. Quién cosifica y por qué, y quienes compran la idea de que su libertad es la de cosificarse. 

Cuando el refugiado sirio le dice en tono jocoso al artista pretencioso belga que ha nacido en el lado correcto del mundo, le está diciendo una verdad indiscutible. Un mundo en el que algo tan aleatorio como tu nacimiento determina tu libertad para decidir. 

A mi me pareció una película digna, entiendo que haya estado nominada al oscar, correcta en su música, sus actores y su fotografía. Y pese a tener un final innecesario y plantear un tema evidente invita inevitablemente a la reflexión de conceptos que hay quien quiere entender como manidos, pero que para muchas de nosotras son permanentemente actualidad. 

En la película se menciona de pasada la prostitución y la explotación de los vientres “de alquiler” y me alegro, porque creo que el error es entender la película como una crítica al mundo del arte y no ver que es una crítica a un mundo éticamente dividido a conveniencia entre quien compra a quien y cuánto cuesta justificarlo y a quien se le vende la idea de poder venderse como capacidad a ambicionar. Y también el privilegio de hacer política sobre otros desde un buenísimo que tan solo satisface a quien teoriza en su sofá o su Twitter y que cae sin remedio una y otra vez en la arrogancia de quien se lo puede permitir. 

El hombre hecho obra de arte, siendo cosa desde lo políticamente transgresor y con la excusa egolatra de quien lo contempla para su satisfacción sintiéndose salvador, no dista mucho de ser nuestro hombre elefante del siglo XXI. Las jaulas sociales aún existen y en la película vemos varias, la novia huida a Europa a través de la libertad pero sometida al machismo y el matrimonio maltratador, la clase bien pensante atrapada en sus prejuicios y miedos, la ayudante del “genio artista” interpretada por Monica Belluci, siendo más diablo que el diablo y vendiéndose en el proceso, etc…

Se podría haber desarrollado mucho más a los personajes, pero aún así me pareció, como ya he dicho, correcta. 

La sonrisa de Sam Ali, el protagonista, en la cárcel, evidencia que la libertad más allá de elegir venderse es poder elegir, y elegir objetificarse pese a lo que crean muchos, es ceder automáticamente tu capacidad de decisión. No pueden darse la libertad cuando se elige ser una cosa de otro.

En nuestro mundo progresista, las miserias del mundo son las mismas de siempre, los dilemas también. En el hombre elefante, Merrick era preso del bruto del circo pero también del médico que se sentía superior en la salvación de su protegido. Curiosamente el gesto liberador del refugiado sirio es desenmascarando el miedo de la respetable audiencia en su subasta. Si el hombre elefante gritaba Soy humano, Sam Ali parece gritar Soy vuestra peor pesadilla, soy vuestros miedos, soy lo que escondéis al hacerme vuestra cosa. 

Ali puede viajar como obra de arte pero no como refugiado, un refugiado tiene voluntad propia y la tememos. Un hombre expuesto, una mujer prostituida, un niño explotado, pueden aún ser cosas como ocurría en tiempo de los romanos y que ahora gracias a nuestra intelectualidad y progresismo podemos comprar si sabemos como auto engañarnos, algo así como comprar pollo orgánico ya sin cabeza ni nada que nos haga partícipes de lo que no queremos pensar mientras lo comemos. Yo también soy presa de escribir esto y saber que no puedo cambiar nada. 

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